martes, 11 de noviembre de 2014
CASCABELEANDO
Creen las gentes y las cosas, que el dios de los cristianos todo lo perdona. Pintó las piedras, coloreó el sol, plantó los árboles, marcó los caminos, parió todas las cosas y animales y entre ellos a la serpiente. Así, sintiéndose estorbados y estorbando las piedras, los caminos, las gentes y la luna que atenúa de azul al resto de las
cosas todo en uno se estorbaban. Pero la serpiente no quería estorbar y caminaba zigzeando las piedras que unos movían, esquivando los caminos que otros andaban y los árboles que algunos cortaban, enrevesada forma de caminar por la vida. Los animales, las piedras y el viento gozaban del roce de estorbar y no entendían a la serpiente, reprochándole su esquiva voluntad. Ante el dios de los cristianos, todos y todas las cosas del mundo creado tenían que confesar sus estorbos. Y eso les permitía redimirse para continuar estorbando, naturaleza instintiva de las cosas. Pero dios, el misericordioso, se sintió ofendido de que la serpiente nunca viniera a confesar los estorbos que nunca cometió. El descontento en las piedras, los caminos y sus gentes suplicaba a dios un castigo a tanta insolencia, pureza de la víbora. Dios todo poderoso enroscó a la serpiente una pesada y grotesca cola que arrastraba sonoramente donde quiera que iba. Cascabel para que todos supieran cuando venía. Y así cruza el tiempo y sus caminos la serpiente que avisa cascabeleando su llegada y su ida.
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