Aún recuerdo cuando llegamos a estas costas atlánticas
del norte de
África. Traídos en oscura bodega desde Egipto
sobrevivimos comiendo de las
palmeras datileras que compartían con nosotras el salitre de este largo
viaje.
Pensamos que el fin de nuestros días era ya una realidad, ni por
asomo se nos pasó la idea que sobreviviríamos al puñado de palmeras de mala
calidad que no servían para nada. Cuando arribamos a la que en aquellos
días considerábamos la tierra prometida una nueva esperanza brotó para nosotras.
Todo luz, todo palmeras, las islas se nos abrían hospitalarias. Nosotras
las cabalgábamos con la frescura que dio abandonar nuestras decrépitas
portadoras que ya comenzaban a tufar a podrido. No tardamos en cambiar a
mejor vida, ya de nuestros antepasados habíamos oído hablar de las
espérides. Islas que algunos ancestros alcanzaran en alguna embarcación romana,
posado en el pelo de algún esclavo de galera o invernando bajo la armadura
de un romano, quien sabe.
El primer puerto en arribar se situaba en una isla llamada gran
canaria, ya de al poco de eclosionar de mi larva había oído hablar de este
terruño que un antepasado de origen fenicio vislumbrara en velero comercial
de ruta fenicia. Pero jamás imagine palmerales tan densos de copas redondas
en perfecta circunferencia, lamparillas coquetas que las támbaras tiñen de
color calabaza , jugosas hasta el final.
Pero como no hay campaña sin mecenas nuestra histórica aventura
atlántica no hubiese sido posible sin Santomé Cazurro, prospero empresario
canario que tuviera la gracia de comprar aquellas inservibles palmeras para
revenderlas en canarias, en verdad tuvo buen geito nuestro padrino, pues
¿quién vende pesetas a duros?.
¡Que lejos queda ahora aquel barco!, y es que ahora es otra cosa.
Pavoneo mis alas con descaro, brillo de esmalte rojo, belleza de lo
pequeño, dueño del destino de unas palmeras. Lo cierto es que nos expandimos rápido
por las islas y con nuestra presencia proclamamos la era del picudo rojo.
Pero entonces era otro cantar y no faltaba palma a picudo,
sabrosa támara canaria tan diferente de aquellas de la polinesia de las que
somos originarias. Y es que unas islas son poca cosa para las que ponemos
de 200 a 400 larvas de una asentada. No tardamos en apretujarnos en las copas
de estas endémicas canariensis, que ya empezaban a escasear al ritmo de
nuestro hacinamiento. Que sumisos y confiados los humanos de este lugar ¿y en
verdad que creían que éramos un simple escarabajo?. Hubieron algunos cuyas voces
para oídos capados alertaban de nuestra presencia amenazando nuestra
supervivencia, y es que la era del picudo rojo se volvió negra en este
frágil y limitado ecosistema.
Solo nos resta que nuestro portador nos reenvíe con algunas de estas
estropeadas palmeras en trapicheo a alguna isla de cabo verde en algún
chanchullo de los que hinchan el bolsillo. Pero ya casi no queda tiempo,
lucho a cornadas en esta última despeluzada joya canaria para que mis hermanas no me
arrebaten lo poco que me queda.
¡Aah!, Santome Cazurro, primo de la muerte pensamos en aquel
entonces en Egipto, lo revivimos como padrino de la vida cuando llegamos y ahora lo
rematamos como padre del olvido. ¿Por qué nos has abandonado?.
palmeras datileras que compartían con nosotras el salitre de este largo
viaje.
Pensamos que el fin de nuestros días era ya una realidad, ni por
asomo se nos pasó la idea que sobreviviríamos al puñado de palmeras de mala
calidad que no servían para nada. Cuando arribamos a la que en aquellos
días considerábamos la tierra prometida una nueva esperanza brotó para nosotras.
Todo luz, todo palmeras, las islas se nos abrían hospitalarias. Nosotras
las cabalgábamos con la frescura que dio abandonar nuestras decrépitas
portadoras que ya comenzaban a tufar a podrido. No tardamos en cambiar a
mejor vida, ya de nuestros antepasados habíamos oído hablar de las
espérides. Islas que algunos ancestros alcanzaran en alguna embarcación romana,
posado en el pelo de algún esclavo de galera o invernando bajo la armadura
de un romano, quien sabe.
El primer puerto en arribar se situaba en una isla llamada gran
canaria, ya de al poco de eclosionar de mi larva había oído hablar de este
terruño que un antepasado de origen fenicio vislumbrara en velero comercial
de ruta fenicia. Pero jamás imagine palmerales tan densos de copas redondas
en perfecta circunferencia, lamparillas coquetas que las támbaras tiñen de
color calabaza , jugosas hasta el final.
Pero como no hay campaña sin mecenas nuestra histórica aventura
atlántica no hubiese sido posible sin Santomé Cazurro, prospero empresario
canario que tuviera la gracia de comprar aquellas inservibles palmeras para
revenderlas en canarias, en verdad tuvo buen geito nuestro padrino, pues
¿quién vende pesetas a duros?.
¡Que lejos queda ahora aquel barco!, y es que ahora es otra cosa.
Pavoneo mis alas con descaro, brillo de esmalte rojo, belleza de lo
pequeño, dueño del destino de unas palmeras. Lo cierto es que nos expandimos rápido
por las islas y con nuestra presencia proclamamos la era del picudo rojo.
Pero entonces era otro cantar y no faltaba palma a picudo,
sabrosa támara canaria tan diferente de aquellas de la polinesia de las que
somos originarias. Y es que unas islas son poca cosa para las que ponemos
de 200 a 400 larvas de una asentada. No tardamos en apretujarnos en las copas
de estas endémicas canariensis, que ya empezaban a escasear al ritmo de
nuestro hacinamiento. Que sumisos y confiados los humanos de este lugar ¿y en
verdad que creían que éramos un simple escarabajo?. Hubieron algunos cuyas voces
para oídos capados alertaban de nuestra presencia amenazando nuestra
supervivencia, y es que la era del picudo rojo se volvió negra en este
frágil y limitado ecosistema.
Solo nos resta que nuestro portador nos reenvíe con algunas de estas
estropeadas palmeras en trapicheo a alguna isla de cabo verde en algún
chanchullo de los que hinchan el bolsillo. Pero ya casi no queda tiempo,
lucho a cornadas en esta última despeluzada joya canaria para que mis hermanas no me
arrebaten lo poco que me queda.
¡Aah!, Santome Cazurro, primo de la muerte pensamos en aquel
entonces en Egipto, lo revivimos como padrino de la vida cuando llegamos y ahora lo
rematamos como padre del olvido. ¿Por qué nos has abandonado?.
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