En
mañana bulliciosa despierta en la ventana el mercado de Valparaíso.
Desde temprano a gritos se oye el reclamar de vendedoras de calle
sucia, se inunda el calor de este verano de frases aromáticas: “a
100 pesos, a 100 pesos lechuga española chiquilla!” y “pimentón!,
choclo casera!”, “papas de sereeeena” y toda la verdura que
cabe del mar pacífico a la cordillera de los Andes. Y al acabar,
solo sobras de verduras y frutas desparramadas por el suelo, olor a
restos de pescado y mariscos.
Como
Ciudad cultural que es, en micro viajan poetas vendiendo lo suyo,
recitando directo a la gente que sin barreras escucha. Una poesía
más social, mas de todos. “Y el puerto para los artistas”
comenta Juan Carlos que desde su sombrero amplio vislumbra el mundo
como si Valparaíso fuera, nada mas y nada menos, que una parte de
él.
Pasean
sonoras de voces las gentes por sus avenidas marítimas mientras allá
en lo alto se intuye el silencio de los cerros. Algún cerro se
alimenta de artistas. Se juntan ellos en el taller con olor a
soldadura de Willy, taller desde el que saldrán bicicletas de 3
ruedas, de 3 metros, de 3 manillares, con 3 malabaristas.
Y
aquel lobo marino varado en el dique no se molesta, porque subirá la
marea, es quien se sabe libre esta enorme bola de grasa. Tan ausente
del mundo en sus orillas, tan fresca Valparaíso, que de enfermedad
caigo prendido después de bañarme en sus aguas gélidas.
Siglos
después, ya en la patria chica, leo que ardieron los cerros y
recuerdo que para mi Valparaíso no venía sola . Venía con Coni,
estrellita blanca Coni, estrella humana Valparaíso.
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