sábado, 16 de agosto de 2014

Julio


   Él es un andaluz, pero él ve y ladra con la nariz. Habrá quien diga que lo del ojo es un asesinato por mucho que sea un animal, pero habría que aclarar que él sólo cortó su ojo en un suicidio que no funcionó (debe ser que tiene mas ojos por dentro de repuesto). Aquel ojo estaba destinado a ser la alquibla de la navaja únicamente, por eso este ojo rajado nunca fue observador de descuartizamientos. Nunca pudo ser cómplice de charcos de sangre, porque no estaba. Ausente en medio de un huracán. Estamos seguros de que aquel ojo era otro ojo, o tal vez una cámara de videovigilancia.

   Y si mira hacia arriba, la luna aspirará su boca sudorosa de tabaco negro 8 horas antes del accidente. Era inevitable, porque sus complicados cálculos siempre le llevan a ella de la misma forma que el ímpetu la aleja. Ella olvidó la jeringuilla sobre la mesa y parece ser que no fue necesaria.

   En el accidente volará su babero, volará su bicicleta, volará hasta su cabeza, todo menos la caja, esa permanecerá irrompible mientras Buñuel quiera (que milagro de la naturaleza).

   La caja de veinte mil rayas contiene una corbata con veinte mil rayas, y se posa en la cama desinflada mientras ella espera un contenido. Pero él esta absorto viendo el sueño de aquel pintor. Aquel pintor era el adalid de las hormigas, un ejercito disciplinado que perfora la palma de la mano exterminando toda linea de vida.

   Después fue un sobaco femenino, luego un erizo en la arena, y por ultimo una vara señalando la mano mientras un alboroto cacareaba confunción, ¿como no iba a ser atropellada?.

   Otra fémina desde la habitación alzará de forma violenta una raqueta con sombrero que haga desistir al acosador, silla por medio. Pero él no desiste, desde su casa dedicará unos acordes que pretendan tocar por dentro a sabiendas que no llenan, que hay un montón de animales muertos sobre ellos, que están atados a unas cuerdas mentales que nuestro perro se esfuerza por romper. Los obispos rien recostados en las cuerdas, ignorantes en su mundo pequeño, multinómios líquidos, pero con el suficiente poder como para ser lastre en la soga. Bajaría así sus hombros hasta donde su conciencia se lo tenga permitido, asquerosamente sólido, maravillosamente imperfecto.

   Habrá una pelea y luego una siesta. El hombre realista le despertará con la brusquedad de un mal docente para regalarse un libro que lo sostendrá en penitencia. Pero sabemos que hay que matar al hombre realista, lo intuimos y hasta lo deseamos porque está lleno de excusas. Y lo hace, no quedó otra. No hay quien identifique el cadáver, solo un motón de buena gente portándolo en procesión mientras se preguntan que habrá pasado.
   En otra escena una calavera alada le robará a ella el bello del sobaco para acabar en la boca del perro, y de ahí, al mar de la caja rota (así lo decidió el director). Me posee la idea de que ud, ese buñuelo oscuro objeto del deseo manchado de canela, es una puta inspiración y no nos conocimos.



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