Él es un andaluz, pero él ve y ladra
con la nariz. Habrá quien diga que lo del ojo es un asesinato por
mucho que sea un animal, pero habría que aclarar que él sólo cortó
su ojo en un suicidio que no funcionó (debe ser que tiene mas ojos
por dentro de repuesto). Aquel ojo estaba destinado a ser la alquibla
de la navaja únicamente, por eso este ojo rajado nunca fue
observador de descuartizamientos. Nunca pudo ser cómplice de charcos
de sangre, porque no estaba. Ausente en medio de un huracán. Estamos
seguros de que aquel ojo era otro ojo, o tal vez una cámara de
videovigilancia.
Y si mira hacia arriba, la luna
aspirará su boca sudorosa de
tabaco negro 8 horas antes del accidente. Era inevitable, porque sus
complicados cálculos siempre le llevan a ella de la misma forma que
el ímpetu la aleja. Ella olvidó la jeringuilla sobre la mesa y
parece ser que no fue necesaria.
En el accidente
volará su babero, volará su bicicleta, volará hasta su cabeza,
todo menos la caja, esa permanecerá irrompible mientras Buñuel
quiera (que milagro de la naturaleza).
La
caja de veinte mil rayas contiene una corbata con veinte mil rayas, y
se posa en la cama desinflada mientras ella espera un contenido. Pero
él esta absorto viendo el sueño de aquel pintor. Aquel pintor era
el adalid de las hormigas, un ejercito disciplinado que perfora la
palma de la mano exterminando toda linea de vida.
Después fue un sobaco femenino, luego
un erizo en la arena, y por ultimo una vara señalando la mano
mientras un alboroto cacareaba confunción, ¿como no iba a ser
atropellada?.
Otra fémina desde la habitación
alzará de forma violenta una raqueta con sombrero que haga desistir
al acosador, silla por medio. Pero él no desiste, desde su casa
dedicará unos acordes que pretendan tocar por dentro a sabiendas que
no llenan, que hay un montón de animales muertos sobre ellos, que
están atados a unas cuerdas mentales que nuestro perro se esfuerza
por romper. Los obispos rien recostados en las cuerdas, ignorantes en
su mundo pequeño, multinómios líquidos, pero con el suficiente
poder como para ser lastre en la soga. Bajaría así sus hombros
hasta donde su conciencia se lo tenga permitido, asquerosamente
sólido, maravillosamente imperfecto.
Habrá una pelea y luego una siesta. El
hombre realista le despertará con la brusquedad de un mal docente
para regalarse un libro que lo sostendrá en penitencia. Pero sabemos
que hay que matar al hombre realista, lo intuimos y hasta lo deseamos
porque está lleno de excusas. Y lo hace, no quedó otra. No hay
quien identifique el cadáver, solo un motón de buena gente
portándolo en procesión mientras se preguntan que habrá pasado.
En otra escena una calavera alada le
robará a ella el bello del sobaco para acabar en la boca del perro,
y de ahí, al mar de la caja rota (así lo decidió el director). Me
posee la idea de que ud, ese buñuelo oscuro objeto del deseo
manchado de canela, es una puta inspiración y no nos conocimos.
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