jueves, 1 de mayo de 2014

Sus zapatos Señor Aznar.

    Tanteó la forma de aquel misterioso paquete con el preciso pulso de un antiguo desactivador de minas. Estaba envuelto en papel de embalar y su remite inscribía alguna indescifrable dirección de alguna perdida calle de la capital de Irak. El olor a podrido hizo dudar el abrirlo pero con la valentía que caracteriza a un ex infante de marina y después de aguantar el aliento, se decidió a desembalarlo.
    Dentro un par de luminosos zapatos blancos con cordones rojos acabados en un coqueto lazo. Su brillo le recordaba al blanco de las saharianas que vistió su curtida piel en las campañas de áfrica. Pero estaba ya muy lejos aquella época de colonias españolas, y las cada vez mas frecuentes visitas de la indeseable amnesia le impedían conocer los acontecimientos que acaecían por estos días, viviendo en un constante presente olvidado.
    Volvió los zapatos a su caja, sorprendido del olor a podrido en unos zapatos tan limpios. A la mañana siguiente decidió ponérselos y airearlos un poco con ambiente occidental. Cambió el rojo de los cordones por un azul oscuro discreto. Él siempre había tenido el pie pequeño, sin embargo aquellos zapatos le quedaban algo estrechos recriminando, con alguna blasfemia al remitente, no conocer su talla de pie. Aun así los sintió cómodos, se sentía flotando, con ganas de caminar. Bajó los escalones con sensación de prisa y su agrietada mano deslizándose por la barandilla rejuvenecía recuerdos. Al llegar a la calle sus pies decidieron tomar el camino que lleva hasta el quiosco, el anciano estaba asombrado de la vitalidad que le imprimían aquellos zapatos. A mitad de cuesta, en el sofoco del verano, el ex militar quiso entrar a tomar agua a un bar amigo, pero su nuevo calzado dictó seguir cuesta arriba y sintió el pavor de quien es presa de sus zapatos. Que aterciopelada circunstancia le hizo flotar cuesta arriba solo aquellos zapatos lo sabían, solo ellos guardaban el secreto mientras insinuaban risa de marfil que apabullaba la voluntad del viejo, y en ellos se encerró el caer de la autonomía del senil para ser presente.
      Al llegar al quiosco nuestro exdesactivador de minas fue puesto frente a un mural de revistas, periódicos, cómics y toda aquella prensa que se provee; había una conocida revista del corazón que se introduce saludando anunciando la pronta boda de una famosa desconocida para nuestro viejo veterano; un cómic de Mortadelo cuya portada dibujaba a este con el pie de Filemón de teléfono; un fascículo con video de la “ejemplarizante” transición española; y un periódico de prensa local con dos fotos en portada, la de la derecha mostraba a un niño de Bagdad con los pies mutilados, y la de la izquierda el mismo niño con unos luminosos zapatos blancos y cordones rojos.


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