Tanteó la forma de aquel
misterioso paquete con el preciso pulso de un antiguo desactivador de
minas. Estaba envuelto en papel de embalar y su remite inscribía
alguna indescifrable dirección de alguna perdida calle de la capital
de Irak. El olor a podrido hizo dudar el abrirlo pero con la valentía
que caracteriza a un ex infante de marina y después de aguantar el
aliento, se decidió a desembalarlo.
Dentro un par de luminosos zapatos
blancos con cordones rojos acabados en un coqueto lazo. Su brillo le
recordaba al blanco de las saharianas que vistió su curtida piel en
las campañas de áfrica. Pero estaba ya muy lejos aquella época de
colonias españolas, y las cada vez mas frecuentes visitas de la
indeseable amnesia le impedían conocer los acontecimientos que
acaecían por estos días, viviendo en un constante presente
olvidado.
Volvió los zapatos a su caja,
sorprendido del olor a podrido en unos zapatos tan limpios. A la
mañana siguiente decidió ponérselos y airearlos un poco con
ambiente occidental. Cambió el rojo de los cordones por un azul
oscuro discreto. Él siempre había tenido el pie pequeño, sin
embargo aquellos zapatos le quedaban algo estrechos recriminando, con
alguna blasfemia al remitente, no conocer su talla de pie. Aun así
los sintió cómodos, se sentía flotando, con ganas de caminar. Bajó
los escalones con sensación de prisa y su agrietada mano
deslizándose por la barandilla rejuvenecía recuerdos. Al llegar a
la calle sus pies decidieron tomar el camino que lleva hasta el
quiosco, el anciano estaba asombrado de la vitalidad que le imprimían
aquellos zapatos. A mitad de cuesta, en el sofoco del verano, el ex
militar quiso entrar a tomar agua a un bar amigo, pero su nuevo
calzado dictó seguir cuesta arriba y sintió el pavor de quien es
presa de sus zapatos. Que aterciopelada circunstancia le hizo flotar
cuesta arriba solo aquellos zapatos lo sabían, solo ellos guardaban
el secreto mientras insinuaban risa de marfil que apabullaba la
voluntad del viejo, y en ellos se encerró el caer de la autonomía
del senil para ser presente.
Al llegar al quiosco nuestro
exdesactivador de minas fue puesto frente a un mural de revistas,
periódicos, cómics y toda aquella prensa que se provee; había una
conocida revista del corazón que se introduce saludando anunciando
la pronta boda de una famosa desconocida para nuestro viejo veterano;
un cómic de Mortadelo cuya portada dibujaba a este con el pie de Filemón de teléfono; un fascículo con video de la “ejemplarizante”
transición española; y un periódico de prensa local con dos fotos
en portada, la de la derecha mostraba a un niño de Bagdad con los
pies mutilados, y la de la izquierda el mismo niño con unos
luminosos zapatos blancos y cordones rojos.
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