A
la edad de 13 años Pepe Rebelde fue acusado de socialista y
encarcelado en la prisión de Baza con otros compañeros, racimos de
tomates del cual él era apenas un cherry. Pero como siempre corre
algún escaso rio subterráneo hasta en los desiertos mas áridos, Pepe Rebelde pudo terminar sus estudios de bachiller en prisión
gracias a un tal José Becerril, compañero profesor de cara de
sandía que contra todo desierto culturizaba a los que
se les pretendían secos de ignorancia. Una foto de este profesor viajó
con Pepe Rebelde toda su vida, foto que desempolvó de entre los
aparatos de radio años más tarde cuando se enteraría del
fusilamiento de quien todo lo enseñó gratis. Recuerdo de lo bueno
que no se quiere olvidar.
Porque de familia marcada venia la cosa, ya Mama Rebelde había padecido
el haber nacido en zona incandescente y los tíos también hubieron de probar
cárcel, así como el hermano que sombreado pasara 2 años de su vida
en las tristes prisiones de Franco.
También
hubo una hermana, hermana rebelde obligada a hincar las rodillas como
vejación en el sucio suelo de aquella cárcel donde sus hermanos
estaban recluidos, frotando la rabia contra el suelo hecho de
lágrimas, rencor, odio y todo lo malo que un mal gobierno genera.
Hermana Rebelde murió de tuberculosis durante la guerra, sola,
esperando a sus hermanos que jamás salieron de su encierro a tiempo
de despedirse. Esto quedaría grabado en Pepe, justo en ese sitio
donde nunca se quiere mirar, vergüenza de memoria histórica.
Tiempo
largo pasó construyendo su primer aparato de radio Pepe Rebelde,
radio que terminaría la noche antes de la incorporación a filas,
radio que traía las cercanas voces legales y las lejanas prohibidas,
radio ausente en los 3 años que duraría el servicio militar.
Encarna Rebelde había perdido a su padre, un guardián de la república que
se la pasó huyendo durante toda la guerra hasta que fue apresado.
Con los años, enfermo de maltrato y cárcel se le soltaría para que
acabara muriendo en familia. Así de destruido lo cuidó por última
vez Encarna, cosa que jamás tampoco olvidaría. Marcada de familia
al igual que Pepe en esta España rígida y atrasada.
Descorchando
niños al mundo, Encarna luchadora, Encarna dulce y cariñosa
comadrona, fue ganándole al tiempo años. Y como quien junta el
hambre con las ganas de comer, Pepe y Encarna rebeldes caminaron los
caminos que acaban juntándose y se unieron. De viaje de novios
fueron 15 días a Madrid donde le ofrecieron trabajar para la casa de
aparatos de televisión Marconi. Pero a pesar de que su vida en el
pueblo estaba ya proscrita y sin posibilidad de trabajo, rechazó la
oferta prefiriendo montar su propio negocio, pues para Pepe tanto era
fascista el uno como el otro. En tan solo dos años tres rosados
hijos florecieron y es que nunca una unión dio de si tanta rebeldía
junta.
Ella
iba a cortijos y cuevas sin agua caliente o luz, zonas pobres donde
trabajaba como comadrona para la beneficencia por algo de dinero del
ayuntamiento. Lo mismo era requerida a las 5 de la mañana que a las
5 de la tarde, pues el que viene aún no tiene horario y nunca se
sabía cuando se la podía reclamaba en algún parto.
Encarna Resistencia, era defensora de la vida en un país hecho de muertos.
Como aquella vez que dijo no a aquella familia de hogar de cueva que
pidió registrar el parto de uno solo de los gemelos porque dos bocas
eran muchas bocas para una cueva sin pan en un país como aquel.
Ganas de ganar al tiempo su despecho de injusticia infundada era Encarna Rebelde.
Él,
de rebeldía avispada, iba atento a todo lo que se movía en un país
donde nada ya se movía. Como cuando recibía sobre aviso de noche de
rapto, aviso de un guardia civil viejo amigo de infancia, porque
según Pepe hasta en el infierno había que tener amigos. Así se
organizaba a la familia por si urgía escapar. Se hacía preciso
estar bien comunicado, tender una red logística para la escapada.
Amigos del color, hermanos, hijos y mujer estarían preparados para
ocultarle y en su ausencia los hermanos se encargarían de la
familia, negocio y casa. Duro de cazar este águila del tono del
atardecer.
Los
hijos sabían instintivamente que de eso no se debía hablar en la
calle, que la radio que escuchaba papá era solo de y para papá. Pero
aun así tampoco ellos se libraron de la represión. Mari Luz Rebelde, 2 º hija de los Rebeldes, estudió en el colegio donde en
tiempos de su padre había sido cárcel de mujeres. Sentada en
pupitre donde sus tías abuelas habían sido encarceladas recibió
también su dosis de miedo, sistema educativo reprimiéndole su
condición de hija del color. Como cuando la profesora maría
mercedes, pieza residual del régimen, le hacía permanecer con la
labor de costura mano en alto, o cuando sádicamente colocaba una
pinza de ropa en la lengua de sus alumnos, o cuando te encerraba en
un cuarto trastero oscuro hogar de ratas, o cuando los domingos
entregaba chapita en la puerta de la iglesia y el lunes preparaba
castigo a quien no la tuviera o cuando la mala educación, la
atemorizante, la del miedo, gobernaba aquel país. Así
aquella niñita rubia de ojos azules y saltones como mar en reboso
descubrió el rechazo de todo un sistema al encarnado que su padre
abanderaba.
También
otras instituciones públicas locales hacían su aportación al
apartheid contra el color de la cereza. Ayuntamiento de alcalde oscuro
que negara licencias, como el permiso para un toldo que impidiera que
el sol estropeara los aparatos de radio del escaparate.
Con
el tiempo su negocio de la calle la Cabeza prosperó, y en el centro
de Granada aparatos de radio y hasta damas de Baza se vendían por
doquier. Colorados de envidia se pusieron los que se ganaron España,
volcanes de lavas ácidas impotentes de petrificar tanto arrastre
rebelde.
En
esta prosperidad casi milagrosa Pepe Desafiante se compra un coche
nuevo oscuro, negro como una novela policíaca al estilo del
Chicago más rebelde. Y porque hay colores y colores, don Pepe Rebelde pinta su coche de un vivo color sangre, que según él no
destiñe.