domingo, 2 de febrero de 2014

La magia del humano.


Abel que es mago de los que te sacan el niño de dentro me lo cuenta mientras nos desencaja con sus juegos de cartas en una mesa del Txiqui. Pero ya somos unos cuantos los que intuimos algo de juego psicológico en sus bailes de cartas y la pregunta se hace inevitable acerca si nos estaba estudiando los gestos mientras transcurría el truco, si nos estaba leyendo nuestras miradas, nuestros despistes para conducirnos a donde él quería.

Nos responde que para empezar él no tiene poderes (y eso ya tranquilizó a alguno), o al menos ninguno que vaya más allá del que todos tenemos con nuestra mente. Con porte didáctico profundiza contándonos sobre alguna prueba que hicieran unos psicólogos americanos a un condenado a muerte.

Este condenado (que era un jugador más en la mesa del Txiki) podría ser indultado si superaba la prueba consistente en amarrarlo a una camilla, hacerle un corte en la muñeca y que rezara los dedos para sobrevivir al vaciado sanguíneo.

Entre una silla eléctrica o el adormecimiento de un desangre el preso acepto la camilla. Lo que desconocía el preso era que el tajo hecho en la muñeca por los médicos era superficial, que  no tocaba venas o arterias y que apenas suponía la perdida de unas gotas de sangre.

Habían puesto una válvula debajo de la cama que goteaba suero sobre un cacharro y que comenzó a funcionar cuando se le hizo el corte al preso. El goteo en el cacharro eran campanazos en los oídos del condenado. Cada cierto tiempo a escondida de nuestro jugador el doctor cerraba un poco más la válvula y el goteo era más débil y el color de su piel más pálido. Cuando alguien cerró completamente la válvula el jugador sufre un paro cardiaco y muere sin haber perdido prácticamente sangre.

Después de contar esta historia, Abel, así con cara de médico cordial, con sonrisa de mago, nos ofrece seleccionar una carta entre un abanico, una carta que alguno eligió y de la que ya todos desconfiamos.