sábado, 14 de febrero de 2015

Efectos Fisiológicos del Alma V: Enmudecer.

   Que Silencios los hay de todas las frecuencias lo puede percibir hasta un sordo.

   Mudo se puede ser por muchas causas, desde un trauma hasta algún impedimento físico. La de mi de tío por ejemplo es de nacimiento. Es una mudez poblada de risas que hasta a cantar se atreve. La del mutista selectivo es un tercer ojo en el lóbulo frontal, asociado a un punto detrás de cada una de las orejas, un triangulo radiante que sufre al interaccionar con entornos desconocidos, un nivel del percepción que se alimenta del exterior replicándolo dentro, forma de pasar desapercibido frustrada. El mutista selectivo llegará, se sentará, saludara solo a los que conozca y pedirá la bebida que todos estén tomando, a partir de entonces será una ameba en el desierto.

   El de un indígena colombiano es comprensible hasta para el más ignorante, pues quien tiene tiempo de responder a un saludo cuando se esta muy ocupado contando las cicatrices de históricas cruces y espadas. Un auténtico mapa del tiempo las cicatrices de la cabeza de un indígena, un trauma histórico que definirá comportamientos culturales, como personas de países colonizados relacionándose mediante la lucha de poderes, el complejo del colonizado, insonorizado al mundo.

   El del Bayefall es un silencio trabajado, un aguantar para crecerse el espíritu, un vivir el presente y no malgastar tiempo ni energía en un occidente “to confundio de la vida”. Veré a Aliu y Dauda sacrificar el día trabajando en la construcción de un pozo en Ndiop para a eso de las 8 de la tarde ir a tolbi a regar y cultivar la tierra, una plenitud que no dialoga, cantan!.

   Existe también el silencio raro en la apropiada circunstancia rara. Como distinguir unos ojos nunca vistos en la penumbra de una caseta plantada en un parque, verlos caer hacia el suelo, arrastrados por una cabeza que se ladea, que empuja a todo el cuerpo a esconderse.

   Se sabe de silencios que ocultan secretos, de silencios de cautela pues por la boca muere el pez. El silencio de la tregua tras la batalla o el silencio del firmamento plagado de estrellas, una vía láctea pintada al detalle en una noche inglesa.

   Después tenemos el silencio sin concesiones, aquel que se me presentó en forma de granjero holandés, muy preocupado como estrujar a sus recolectoras de fresas del Este y algún canario perdido en el país donde si estudias una carrera técnica bajas en la escalada social, pues su sistema de explotación internacional (en muchos casos generador de apartheid) requiere de mucha gente con estudios económicos antes que una ingeniería. Aquel canario vivió la práctica de un auténtico granjero boér. El sometimiento a base de silencio. Acercarse en hora libre con respeto y empatía a un abuelo jugando con sus nietos en la furgoneta, preguntarle si son sus nietos y resurgir el boér con un seco NO y una mirada fría que te escupía “este no es sitio para trabajadores, vuelve a tu lugar”.

   Entre los incómodos tenemos el de una entrevista de trabajo, el del bufo involuntariamente derramado, el de un compromiso inesperado, el de la muerte lenta, los que son una cascada de saliva con caudal regulable a través del nerviosismo y tantos otros como humanos se cuentan en este planeta.

   Los que se tallan en la memoria son un abrazo en aquel lugar, un beso largo en Conce, el recuerdo de un viaje que se puebla de imágenes que es como el del regalo sorpresa, un coagulo de alegría, silencios efervescentes para el alma.

   Mas allá, en oriente, esta los ayunos voluntarios de palabra para convertirse en un receptor más sutil de la realidad tanto exterior como interior.

   También tenemos personas, bajo ciertas condiciones, afásicas. Suelen ser personas con memoria de elefante que prefieren ser consecuente con sus recuerdos y prefieren callar hasta que en el adecuado momento liberan un guepardo al acecho contenido en el ojo del elefante, un guepardo que va directo al ombligo de la presa (echo que hará a la presa focalizar su atención en su propio ombligo, favor que le hace el guepardo).

   La barrera del silencio puede ser rota de muchas maneras. El de la isla de sordos poblada por amerindios es de las mas artística, un montón de personas comunicándose con las manos, Manhattan nutrida de creatividad. Pero sin duda la palabra es la que construye el taladro con la broca mas dura, perfora cualquier silencio así sea un monosílabo. Crea un puente de comunicación donde nuevos mundos inundan el silencio, Sol del Mar las palabras.

   Hay sin embargo una mudez dura de romper, inaceptable para el podemos, una prima del miedo que come silencio de uno mismo, originaria de la creencia educada (aceptada a base de mala educación o malas experiencias) que las relaciones entre personas son una lucha de poder. Un quien esta por encima de quien, entender las relaciones como un someter para no ser sometido, juegos a los que no hay que jugar porque esos juegos si son solo de arena.
Y suele ser así, emulamos a lo que hemos sido sometidos, si nos desprecian humillaremos, si nos maltratan torturaremos, si nos pisan seremos apisonadora. Como unos pibes tirando piedras en un polígono de los años 90, un niño violado en un centro de menores en el que al rato acabará violando, una chiquilla temerosa de hablar ante un muro de prejuicios o un abuelito de 5º remplazo militar que mordisquea la paciencia de un rata como en su tiempo mordieron la suya.

   Esa lucha de poder hará al rol machista hacerse mas fuerte, hará incluso a algunas mujeres adquirirlo para reforzarse en su lucha de poder. Hay que aprender a esquivar ese lobo, no es cuestión de huir sino de no acabar convirtiéndose en lobo. Y que desamparo mas grande para ese que no sigue las luchas de poder en occidente, el tratado de gilipollas o de ego, el estigmatizado de don juan, maricón (una vez más problema en educación de género) o impotente, el que es acusado de no darse y se le amenaza con perder (darse a una lucha de poderes no va con valores sanos, es preferible conservar los valores) , tan triste como escuchar a una madre decir que el amor es asi como la guerra o la eterna frase con que se incitan a los niños a creer que “los que se pelean es porque se quieren”, y ahi ya tenemos montada la fábrica de potenciales maltratadores. Esta lucha de poder, patriarcado ejercido tanto por hombres como mujeres, es la afonía del mundo.


Me quisiste enseñar a jugar y te enseñé a sentipensar le sopló la primavera al otoño.