Que
Silencios los hay de todas las frecuencias lo puede percibir hasta un
sordo.
Mudo
se puede ser por muchas causas, desde un trauma hasta algún
impedimento físico. La
de mi de tío por ejemplo es de nacimiento. Es una mudez poblada de
risas que hasta a cantar se atreve. La del mutista selectivo es un
tercer ojo en el lóbulo frontal, asociado a un punto detrás de cada
una de las orejas, un triangulo radiante que sufre al interaccionar
con entornos desconocidos, un nivel del percepción que se alimenta
del exterior replicándolo dentro, forma de pasar desapercibido
frustrada. El mutista selectivo llegará, se sentará, saludara solo
a los que conozca y pedirá la bebida que todos estén tomando, a
partir de entonces será una ameba en el desierto.
El
de un indígena colombiano es comprensible hasta para el más ignorante,
pues quien tiene tiempo de responder a un saludo cuando se esta muy
ocupado contando las cicatrices de históricas cruces y espadas. Un
auténtico mapa del tiempo las cicatrices de la cabeza de un indígena,
un trauma histórico que definirá comportamientos culturales, como
personas de países colonizados relacionándose mediante la lucha de
poderes, el complejo del colonizado, insonorizado al mundo.
El
del Bayefall es un silencio trabajado, un aguantar para crecerse el
espíritu, un vivir el presente y no malgastar tiempo ni energía en
un occidente “to confundio de la vida”. Veré a Aliu y Dauda
sacrificar el día trabajando en la construcción de un pozo en Ndiop
para a eso de las 8 de la tarde ir a tolbi a regar y cultivar la
tierra, una plenitud que no dialoga, cantan!.
Existe
también el silencio raro en la apropiada circunstancia rara. Como
distinguir unos ojos nunca vistos en la penumbra
de una caseta plantada en un parque, verlos caer hacia el suelo,
arrastrados por una cabeza que se ladea, que empuja a todo el cuerpo
a esconderse.
Se
sabe de silencios que ocultan secretos, de silencios de cautela pues
por la boca muere el pez. El silencio de la tregua tras la batalla o
el silencio del firmamento plagado de estrellas, una vía láctea
pintada al detalle en una noche inglesa.
Después
tenemos el silencio sin concesiones, aquel que se me presentó en
forma de granjero holandés, muy preocupado como estrujar a sus
recolectoras de fresas del Este y algún canario perdido en el país
donde si estudias una carrera técnica bajas en la escalada social,
pues su sistema de explotación internacional (en muchos casos
generador de apartheid) requiere de mucha gente con estudios
económicos antes que una ingeniería. Aquel canario vivió la
práctica de un auténtico granjero boér. El sometimiento a base de
silencio. Acercarse en hora libre con respeto y empatía a un abuelo
jugando con sus nietos en la furgoneta, preguntarle si son sus nietos
y resurgir el boér con un seco NO y una mirada fría que te escupía
“este no es sitio para trabajadores, vuelve a tu lugar”.
Entre
los incómodos tenemos el de una entrevista de trabajo, el del bufo
involuntariamente derramado, el de un compromiso inesperado, el de la
muerte lenta, los que son una cascada de saliva con caudal regulable
a través del nerviosismo y tantos otros como humanos se cuentan en
este planeta.
Los
que se tallan en la memoria son un abrazo en aquel lugar, un beso
largo en Conce, el recuerdo de un viaje que se puebla de imágenes
que es como el del regalo sorpresa, un coagulo de alegría, silencios
efervescentes para el alma.
Mas
allá, en oriente, esta los ayunos voluntarios de palabra para
convertirse en un receptor más sutil de la realidad tanto exterior
como interior.
También
tenemos personas, bajo ciertas condiciones, afásicas. Suelen ser
personas con memoria de elefante que prefieren ser consecuente con
sus recuerdos y prefieren callar hasta que en el adecuado momento
liberan un guepardo al acecho contenido en el ojo del elefante, un
guepardo que va directo al ombligo de la presa (echo que hará a la
presa focalizar su atención en su propio ombligo, favor que le hace
el guepardo).
La
barrera del silencio puede ser rota de muchas maneras. El de la isla
de sordos poblada por amerindios es
de las mas artística, un montón de personas comunicándose con las
manos, Manhattan
nutrida
de creatividad. Pero
sin duda la palabra es la que construye el taladro con la broca mas
dura, perfora cualquier silencio así sea un monosílabo. Crea un
puente de comunicación donde nuevos mundos inundan el silencio, Sol
del Mar las palabras.
Hay
sin embargo una mudez dura de romper, inaceptable para el podemos,
una prima del miedo que come silencio de uno mismo, originaria de la
creencia educada (aceptada a base de mala educación o malas
experiencias) que las relaciones entre personas son una lucha de
poder. Un quien esta por encima de quien, entender las relaciones
como un someter para no ser sometido, juegos a los que no hay que
jugar porque esos juegos si son solo de arena.
Y
suele ser así, emulamos a lo que hemos sido sometidos, si nos
desprecian humillaremos, si nos maltratan torturaremos, si nos pisan
seremos apisonadora. Como unos pibes tirando piedras en un polígono
de los años 90, un niño violado en un centro de menores en el que
al rato acabará violando, una chiquilla temerosa de hablar ante un
muro de prejuicios o un abuelito de 5º remplazo militar que
mordisquea la paciencia de un rata como en su tiempo mordieron la
suya.
Esa
lucha de poder hará al rol machista hacerse mas fuerte, hará
incluso a algunas mujeres adquirirlo para reforzarse en su lucha de
poder. Hay que aprender a esquivar ese lobo, no es cuestión de huir
sino de no acabar convirtiéndose en lobo. Y que desamparo mas grande
para ese que no sigue las luchas de poder en occidente, el tratado de
gilipollas o de ego, el estigmatizado de don juan, maricón (una vez
más problema en educación de género) o impotente, el que es
acusado de no darse y se le amenaza con perder (darse a una lucha de
poderes no va con valores sanos, es preferible conservar los valores)
, tan triste como escuchar a una madre decir que el amor es asi como
la guerra o la eterna frase con que se incitan a los niños a creer
que “los que se pelean es porque se quieren”, y ahi ya tenemos
montada la fábrica de potenciales maltratadores. Esta lucha de
poder, patriarcado ejercido tanto por hombres como mujeres, es la
afonía del mundo.
Me
quisiste enseñar a jugar y te enseñé a sentipensar le sopló la
primavera al otoño.