Vanesa participó como observadora en
la votación de una comunidad indígena guatemalteca sobre si dejaban
entrar o no en su territorio a cierta empresa extranjera. Me cuenta
que en la recogida de votos había dos mesas, frente a una había una
larga cola de adultos goteando las papeletas en la urna y la otra una
columna de niños también con sus papeletas en la mano, “ellos
votaban también sebas!”, ”porque algo tendrán que decir también
los niños”. Si, pensaba yo, y es que acaso los niños no padecerán
la contaminación si esa empresa logra instalarse en la región , no
compartirán la miseria con los adultos si el desastre duerme en su
comunidad.
La visión paternalista del niño en
occidente en cambio lo relega a un ser que no sienten, no piensa, no
opinan, algo que no llega a ser todavía persona (como si hubiera
nacido incompleto).
Y es que el niño aprende tan
eficazmente que rápidamente adquiere el rol en el que lo hemos
puesto en occidente.
En una comunidad Mourrid, un niño es
también responsable de su comunidad y como tal trabaja, en otras
condiciones que el adulto, por la comunidad, y esa es precisamente la
más valiosa formación que se le puede dar a una persona. Desde
occidente (el mismo que convierte a nuestros niños en inútiles que
aprenden datos que no le servirán para nada) se escandalizaran y
hablarán de explotación infantil, incluso crearan un marco de
excusas para recriminar a las comunidades que traten como personas a
sus niños, así estarán en boca de todos los objetivos del milenio.
Nosotros formamos a los futuros
empresarios o empleados de empresarios que ejercerán la verdadera
explotación infantil en los países que a nuestro ver serán siempre
países en desarrollo ¿tal vez porque nos interesa verlos así?.
En occidente se le ha perdido el
respeto al niño, y es natural por tanto que el niño se lo halla
perdido a la sociedad. Son las formas violentas del niño en
occidente, sus trastornos de comportamiento y hasta cognitivos
(cuando se le educa al niño desde la hipocresía este ya no sabrá
distinguir siquiera entre realidad y ficción), que no son otra cosa
que contradicciones creadas en los niños desde el estado, desde el
sistema educativo, desde la familia e incluso desde la iglesia
católica.
Nosotros educamos más bien a los niños
en el miedo (quizás porque pensamos que eso nos permite
controlarlos), el miedo a un futuro incierto, miedo a lo que es una
persona por fuera y no por dentro, miedo a no encontrar trabajo, a no
lograr ser rico o con un estatus social “decente”, en definitiva
los miedos que la sociedad a incrustado en los adultos y que ellos
comparten con su hijos.
Reflejo de ello es incluso la relación
entre estados del imperante occidente sobre oriente, como si las
comunidades no pudieran decidir por si mismas su destino, como si
fueran protectorados nuestros, (nos extraña aún que nos comportemos
asi con nuestros hijos si nuestro país se comporta así con los no
occidentales?), así haremos guerras (o las apoyaremos que es una
forma cómplice de participar en ellas) en Mali, Sahara Occidental
etc.
Jamás olvidaré la conversación con
aquella persona de 12 años en Niebla (Chile), fue realmente una
conversación de adultos, una conversación que pocos adultos del
lugar de donde vengo tienen. Porque confieso que aquella conversación
con aquella personita de 12 años, orgullosa de mantener a su
familia, me hizo sentir infantil.