Para
cuando muchos hijos y deudas de deberes familiares inundaban la casa
de mi abuelo, este precisó trabajo duro. Almacén de plátanos
estropeando espalda y desgastando cadera, y quitarse la comida de su
boca para alimentar a los paridos. Con el tiempo, moto y andar de
sellador por las fincas de plataneras que algún inglés planeara
para su pueblo: "esta fruta se viene a recoger en dos semanas,
estese preparado" y otra finca en derbi varian muy sonora.
Y su mujer, su suerte, dos espaldas soportando el mundo, que era el mundo de otro tiempo, de canarias con hambre, todopoderosos terratenientes y barrancos que aún corrían. Ella, culpable de estar enamorada, aguantó a los suyos y a los no suyos con el decoro que traía desde su nacimiento, mujer empujando hacia adelante el carro con que la vida había puesto a los críos y a su hombre, y todo porque aquel hombre había rondado su ventana cantando alguna noche de luna repleta.
Así mi abuelo de joven, rondando con cantos a Josefa en ventana con cortina sirviendo de clave como respuesta de la rondada. ¿Y de viejo?, de viejo habitación llena de canarios pa más cantar a la vida. Y el mundo los recompensó con muchos nietos de muchas edades regalo del buen vivir.
José Molina, carnavalero de los de siempre, bailador imparable ante la música de la que no podía resistirse, prótesis de cadera meneándose, saltando, tiritando de contenta, y al día siguiente dolor y cama y olvidarse que estaba reparado en el siguiente jolgorio. Sonrisa en cara redonda como pan tostado de leña, dulce de humor, festejo de risas su cara.
Su barriga, amplia y velluda como el mundo, de cojín de yo, flaco y chiquito, en el sopor de una siesta veraniega. Y en mañana temprana arreglar las cabras y aprender a ordeñarlas, y mediodía para la comida caliente y vaso de leche de cabra, leche de sabor fuerte que me recuerda a mi abuelo.
Si se me acerca su recuerdo lo veo provocando a la vida, incitándola con su carcajada de hombre socarrón. Humor irónico de risa abierta, sacando a bailar a la vida con la alegría del que se sabe en el mundo, caudal de presencia mi abuelo.
Y su mujer, su suerte, dos espaldas soportando el mundo, que era el mundo de otro tiempo, de canarias con hambre, todopoderosos terratenientes y barrancos que aún corrían. Ella, culpable de estar enamorada, aguantó a los suyos y a los no suyos con el decoro que traía desde su nacimiento, mujer empujando hacia adelante el carro con que la vida había puesto a los críos y a su hombre, y todo porque aquel hombre había rondado su ventana cantando alguna noche de luna repleta.
Así mi abuelo de joven, rondando con cantos a Josefa en ventana con cortina sirviendo de clave como respuesta de la rondada. ¿Y de viejo?, de viejo habitación llena de canarios pa más cantar a la vida. Y el mundo los recompensó con muchos nietos de muchas edades regalo del buen vivir.
José Molina, carnavalero de los de siempre, bailador imparable ante la música de la que no podía resistirse, prótesis de cadera meneándose, saltando, tiritando de contenta, y al día siguiente dolor y cama y olvidarse que estaba reparado en el siguiente jolgorio. Sonrisa en cara redonda como pan tostado de leña, dulce de humor, festejo de risas su cara.
Su barriga, amplia y velluda como el mundo, de cojín de yo, flaco y chiquito, en el sopor de una siesta veraniega. Y en mañana temprana arreglar las cabras y aprender a ordeñarlas, y mediodía para la comida caliente y vaso de leche de cabra, leche de sabor fuerte que me recuerda a mi abuelo.
Si se me acerca su recuerdo lo veo provocando a la vida, incitándola con su carcajada de hombre socarrón. Humor irónico de risa abierta, sacando a bailar a la vida con la alegría del que se sabe en el mundo, caudal de presencia mi abuelo.