A Ivay le gusta hablar del karma y sus
consecuencias, y a pesar que para mi esa palabra suele ser un
comodín en el que se esconde mil y una proyecciones, no dejan de
ser curiosas sus conclusiones.
Su batalla actual, que es la batalla
contemporánea, es contra el ego, y aunque el entorno en el que se
desarrolla su lucha no sea el más propicio para este trabajo, suele
salir triunfante, al menos en teoría, cuando nos lo explica.
Reconoce que esta batalla no ha sido la
única. Desovillando su historia cuenta como él era otra cosa en
otro tiempo. A la edad de 18 años todo le sonreía en la vida: Un
trabajo bien pagado, una vida sana, una familia que sabía estar.
Pero el Karma se truncó en cuanto su padre cayó enfermo. En los
diarios cuidados que le aplicaba lo vio paulatinamente venirse a
menos. Luego, no sabremos si fue o no las secuelas del karma, el
tiempo fue para las papelas y boliche parriba boliche pabajo se pasó
manipulando gotas año y medio en el Polvorín.
El Polvorín conteniendo una curva en
lo alto de una cuesta desde donde se dejara tirar un jacoso en
carrito de compra a cambio de una gratis, o donde una moneda de 500
pts agujeré un cráneo a cambio de lo mismo.
A Ivay se le murió su padre en sus
brazos y ya no le quedó sino tirar de las ubres de unas cabras
majoreras. Fuerteventura se convirtió en el desierto en el que se
destierra el sufrimiento, unas cabras que eran la dinámica cotidiana
que despúa un tuno indio.
Tras dos años en este rehabilitador
proceso había que volver a la ciudad. Una urbe colonial, un montón
de barrios periféricos que son unos dedos sin uñas en esa mano que
es Las Palmas de los años 90. Otras luchas para Ivay, esta vez en
otro barrio.
Pero de aquellos años tortuosos
en el Polvorín Ivay recuerda un suceso kármico. En aquella curva
algún día presenció el desprendimiento mas insólito de los que
probablemente verá en su vida. La causa de tal desprendimiento fue una
deuda por coca que el hermano del acreedor resolvió, sable en puño,
cercenando la mano del deudor. Cuenta Ivay que la barandilla en la
curva era una histeria de camellos y jacosos galopando mientras él
pensaba “a ver quien es el cojonudo que recoge la mano”. La
recogió alguien cuando llegó la ambulancia. Por su parte el deudor
se quitó la camisa y se la enrolló en una muñeca sin prolongación.
El espadachín se comió 3 años de cárcel y al deudor se le pudo
añadir de nuevo la mano.
Años mas tarde Ivay se encuentra con
el deudor, se estrechan la mano y hablan de ello. Le parece una
prótesis hasta que el deudor la abre y cierra e Ivay nota la
debilidad de movimiento de unos dedos de textura plástica. Ivay
descubre que ser deudor tiene sus riesgos y se pregunta ¿los tendrá
el ego también?.