miércoles, 11 de junio de 2014

La mano.


    A Ivay le gusta hablar del karma y sus consecuencias, y a pesar que para mi esa palabra suele ser un comodín en el que se esconde mil y una proyecciones, no dejan de ser curiosas sus conclusiones.

     Su batalla actual, que es la batalla contemporánea, es contra el ego, y aunque el entorno en el que se desarrolla su lucha no sea el más propicio para este trabajo, suele salir triunfante, al menos en teoría, cuando nos lo explica.

     Reconoce que esta batalla no ha sido la única. Desovillando su historia cuenta como él era otra cosa en otro tiempo. A la edad de 18 años todo le sonreía en la vida: Un trabajo bien pagado, una vida sana, una familia que sabía estar. Pero el Karma se truncó en cuanto su padre cayó enfermo. En los diarios cuidados que le aplicaba lo vio paulatinamente venirse a menos. Luego, no sabremos si fue o no las secuelas del karma, el tiempo fue para las papelas y boliche parriba boliche pabajo se pasó manipulando gotas año y medio en el Polvorín.

      El Polvorín conteniendo una curva en lo alto de una cuesta desde donde se dejara tirar un jacoso en carrito de compra a cambio de una gratis, o donde una moneda de 500 pts agujeré un cráneo a cambio de lo mismo.

      A Ivay se le murió su padre en sus brazos y ya no le quedó sino tirar de las ubres de unas cabras majoreras. Fuerteventura se convirtió en el desierto en el que se destierra el sufrimiento, unas cabras que eran la dinámica cotidiana que despúa un tuno indio.

      Tras dos años en este rehabilitador proceso había que volver a la ciudad. Una urbe colonial, un montón de barrios periféricos que son unos dedos sin uñas en esa mano que es Las Palmas de los años 90. Otras luchas para Ivay, esta vez en otro barrio.

      Pero de aquellos años tortuosos en el Polvorín Ivay recuerda un suceso kármico. En aquella curva algún día presenció el desprendimiento mas insólito de los que probablemente verá en su vida. La causa de tal desprendimiento fue una deuda por coca que el hermano del acreedor resolvió, sable en puño, cercenando la mano del deudor. Cuenta Ivay que la barandilla en la curva era una histeria de camellos y jacosos galopando mientras él pensaba “a ver quien es el cojonudo que recoge la mano”. La recogió alguien cuando llegó la ambulancia. Por su parte el deudor se quitó la camisa y se la enrolló en una muñeca sin prolongación. El espadachín se comió 3 años de cárcel y al deudor se le pudo añadir de nuevo la mano.

     Años mas tarde Ivay se encuentra con el deudor, se estrechan la mano y hablan de ello. Le parece una prótesis hasta que el deudor la abre y cierra e Ivay nota la debilidad de movimiento de unos dedos de textura plástica. Ivay descubre que ser deudor tiene sus riesgos y se pregunta ¿los tendrá el ego también?.