jueves, 9 de enero de 2014

Duelo de poeta carnívoro.



Porque así me lo contabas cuando concluías que la especie es machista, que el hombre no tiene la culpa de ser machista, que tú no tenías la culpa de posicionar aquella pistola en la sien de aquel mastodonte que te provocó en el recordado bar Rioplatense, mientras con sus brazos rodeaba a la tuya, a la solo tuya piba de cabellos negros y tez blanca. Rompiéndote las pelotas te dijo que “no sabía que estabas invitado” y ahí estalló tu orgullo de gaucho herido. Fuiste a buscar la pistola, y regresaste con el “como queré que me ponga la puta que te parió” y el fierro se puso duro entre los dos y era frío y dolía.
Y me argumentabas como aconsejaron a tu familia en la perrera que es mejor una hembra, que el macho en celo te deja por una perra pero la hembra nunca deja a su dueño.
Y volviste al bar y a la pistola, donde tu mano de hierro escupía el “tú concha de tu madre”. Se cagó encima mientras decía entre palabras tartamudas que disculpa, que no sabía, que la vi sola y pensé.
Y entonces tu poeta de sangre peronista te echaste fuera del tumulto con la velocidad a la que palpitaba el corazón en la sien del retado, duelo de machos, respeto de argentino mancillado. Te esquivaría por siempre creyendo que estabas loco, desconociendo que padecías pasión de poeta devorador de palabras hechas de carne.
Y que otra cosa podías hacer tú conjurador de palabras sino esperar todo un mes de tus disculpas y sus reproches hasta que te volviera hablar tu musa asustada de gaucho duelo de comedores de carne. Y pedías retornar su amor alegando que la pistola era solo de aire comprimido, que solo disparaba balines para matar conejos o palomas, que era de mentira pero que ambos sabíamos que también era de verdad.
Y que tu penitencia a tanta hombría fue que te dejara varado los 30 días que tarda en regresar la luna nueva. Así me lo contabas poeta de lastre argento con tu elocuencia porteña en aquel otro bar flamenco de Madrid, donde una mina te descocía la pasión mostrándote sin pudor unos floreros de sobacos y una selva en las piernas, porque según ella la depilación era cosa del machismo.


Rafael



Ay Rafael que fue el hilo de aceite humana
saliendo de aquella plaza de toro lo que te robó el sueño por dos años,

tu oculta espalda de metralla,
tu marca de bala en el gemelo,
tus rodillas astilladas,
tu cabeza dura que es mi cabeza dura.

Tus ansias de saber robada,
tu flor cegada por un mando superior,
tu país robado,
ella en brazos de un mando superior.
  
Y con el tiempo la metralla fuera,
el insomnio fuera, ella fuera.
Todo para que conocieras a mi abuela.
Ay Rafael que te conocí ya con la cabeza blanda.
Ay Rafael tu rencor olvidado del que salí yo y lo estoy contando.


Mujeres que quieren salvar al mundo




La primera vez que se lo noté fue en la laguna de Villarica, cuando Coni sentada en aquella charca podrida perdía su mirada en una diagonal en aquel entonces indescifrable. Le cayó una lágrima ovalada de dibujos animados tropezando por una cara como de tristeza aceptada, y no recuerdo si esta gota de las entrañas acabó mezclada en la espuma envenenada de contaminación por la industria de la celulosa.
Luego no sé si fue en Conce o Valdivia cuando se lo volví a sentir, era ese gesto tierno de querer salvar al mundo. Muy seria, desprendiendo toda esa magia de puma andino mientras yo le retaba que no había mucha plata, que su artesanía y mis peluches apenas daban para las humitas y la bencina de la combi. Pero ella llevaba el sello de las que se empeñan en ser curanderas de almas y acabé pagando dos completos a aquellos cabros que en la puerta del bar mendigaban el suyo.
Así se lo conté años más tarde a Mardy, esa mujer asiática que cree fue dada a luz para servir al mundo. Ella lo mismo estuvo enseñando inglés a los pibes de los cerros de Valparaiso que armando platos de muchas especias para mucha gente mientras cruzaba continentes.
Mardy me cuenta que quiere hacer un documental (y personas así la acaban haciendo) sobre Lieve. Ella piensa que así puede sanar su relación con los hombres.
Lieve es otra de esas mujeres que busca imperiosamente refrotar el ánimo ajeno. Vive en Bélgica con una extraña enfermedad que la condena a fatiga crónica.
Según me cuenta Mardy con ella brota la afinidad de la que no te deja preocupación sin compartir. De esta forma, Lieve, hasta pasará en el borde de una cama, que era una tumba ya, la agonía de la muerte de un amigo tocado de una enfermedad terminal.
Pero es un trauma lo que lleva a Lieve a ayudar a todo lo que palpita. A la edad de 19 años fue brutalmente violada hasta el punto de desgarrarle por dentro mientras la noche escuchaba imaginados gritos de ayuda callados por la vergüenza.
La misma vergüenza que padecieron Coni y Mardy.