Primero fue la caña de azúcar, luego
vino la cochinilla y por último nos metieron el plátano.
Con la caña de azúcar vino el
agotamiento de la tierra y la emigración. La cochinilla, algo mas
natural por su predisposición a las tuneras, fue solución púrpura
hasta que la industria sintetizó este color y produjo la eterna
secuela, el hambre. En mis tiempos fue las plataneras, ese árbol
cuya constitución es prácticamente agua en una tierra donde llueve a
desganas. Un cultivo que hoy en día no sobrevive sin subvención,
como siempre crear dependencia.
Serán los ingleses los que embarquen
el plátano y ya una vez en Canary whart (canary wolf le hubiera
venido mejor) su distribución y comercio
serán también anglosajón como nuestra subordinación.
Con la previsoria inteligencia de un
inglés, mr liko, allá por Galdar, decide dejar las plataneras y
volver al país de la lluvia con ya los beneficios cumplidos y un
cáncer en las islas. Se recuerda a este insigne inglés, como aquel
gentil hombre que cuando se fue regaló sus fincas (jjajajj sus
fincas!) a sus capataces cebolleros. Nadie en la isla parece
percatarse que lo que heredaron esos capataces fue unas fincas que ya
no producían igual, de la misma forma que no llueve como antes. Y
las secuelas vuelven a ser las mismas, una cáscara de nuez llena de
hambrientos sorteando los sargazos.
En todos los casos la dependencia es
una y se llama monocultivo. Es la contradicción que crece en la
naturaleza, esa que por instinto es biodiversidad. Esa contradicción
no se da solo en casa, también puede ser una francia incentivando una
manta solo de cacahuete al sur del sahara o una alemana cultivando y
exportando el mejor arroz desde el sur de Senegal mientras los
senegaleses comen arroz de Tailandia (sepamos ver porque también
somos África).
Y es tan profundo su impacto que
cambia hasta costumbres culinarias, nadie en África hace siglos
pensaría que acabarían cambiando el nutritivo y suculento plato de
mijo o ñape por un plato de arroz, ese grano introducido por los europeos en cultivos coloniales.
Y tampoco el mar se libra de las
contradicciones, es el contraste de un cayuco senegalés jalando red
mientras de fondo apreciamos un monstruo europeo arrastrando el fondo. La antinomia que se encuentra en aquel pescado a precio asequible en
Madrid mientras los senegaleses no pueden comer este su endémico
pez.
Y como antítesis violenta tenemos a
Colombia y sus cafetales, esos árboles que plagan el Cauca y que
hartos de químicos harán a la tierra aburrirse de la vida (menos mal
que en este mundo hay gente como Lila, y Asocal su ejemplo).
Y como no, habrá que hablar de Soria,
esa contradicción de la naturaleza, que incentivó las energías
renovables en Canarias para años después apresurar a la comunidad
autónoma mas empobrecida de españa para extraer petroleo de las
profundidades del atlántico. Este petroleo ni atracará en canarias.
Si hablamos de contradicciones él se lleva la palma.
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