En la última estación de la linea púrpura E (o primera según se mire), paralela a Evita Perón, tras una puerta de férreos barrotes, hay una máquina que te alimenta destruyendo despropósitos y sobras.
Todo o casi todo, lo juro, cabe en esta licuadora:
- Que ella me planee la cabeza al menos una vez al mes durante 7
años y los finales de las zanahorias que no acabarán en el caldero.
- El que desproporcionó el pasado, el que no es capaz de comprender
las circunstancias de las personas que se venden y compran y las
puntas de apio sobrantes.
- La seguridad de alguien con un buen sueldo, las caretas grotescas,
una mentira manida, la efectividad sin competencias de un físico
nuclear y las últimas cortezas de una cebolla, casi blanca casi
amarilla.
- Tiritar de frío junto a ella, alguien cuyo interés supremo es
comer bien, mujeres que se estropean y ya no creen en el amor,
hombres que no se ponen en el lugar de las mujeres y ya no creen en
el amor y corazones de ajo que no admite el ragú.
Esta licuadora no tienen motivaciones personales, solo cumple su
función. Sin embargo se atasca con el amor, queda fuera por mucho
que uno se empeñe en arrojarlo al par de navajas elípticas, éste
no quiere licuarse.
Paralela a Evita Perón existe una licuadora que lo resuelve todo o
casi todo, las lágrimas no querrán entrar, normal, éstas ya son
líquidas.
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