Una
vez dije que algún día escribiría sobre aquel barranco y todo fue
cosa de esperar como se espera pacientemente nueve meses.
Largo
tiempo estarán los reclutas recién llegados a la UNIR de infantería
marina antes de que puedan salir del cuartel Manuel Lois allá en las
Torres, en la periferia del ultrasur, la periferia donde franco
planeara el ocaso de España.
Una
vez trasquilados, se les numerará perdiendo nombre, rostro y
personalidad. Pasarán un mes sin salir de un barranco poblado de
garitas arrestadas por suicidios no permitidos, un barranco que les
absorbe los segundos como hilo en callo drenando el líquido redentor
de pies en maniobras, de ojos temblorosos que parpadean las lágrimas
que el suelo del barranco absorbe. Un adiós a la novia, a los amigos
y a la familia para hacerse un hombre.
Pero
ya va para una semana agotadora que los pelados se encuentran en el
barranco de las Torres y cierto desconcierto reina en los recién
llegados. Se les oye murmurar en las duchas, en las bañeras donde se
raspan las perolas del regimiento, en el cambio de guardia cuando
nadie les ve o en las confidentes imaginarias de los que entraron
llorando juntos, hermanos de ahora en adelante. Comentan en la
intimidad del dolido por dentro que la bandera ya no se iza, que si
al final va ser verdad esos insultos del cabo de que somos como
niñas, que no valemos para nada.
Otros
comentan que están echando algún veneno en el desayuno para que no
nos acordemos de la novia o nos de por la homosexualidad entre tanto
macho, otros ya ni piensan en eso y solo esperan el mes que acabará
con dos días de libertad.
Pero
lo cierto es que los reclutas se levantan con un grito a las 5 de la
mañana, se les empuja, se les golpea, se les humilla, se les pisa la
autoestima y se les niega el ser porque han dejado de ser seres
humanos para ser enseres de guerra.
Niñas,
idiotas, inútiles, fracasados es todo lo se les permite oír en
todas las horas de todos los días durante un eterno mes. Y en
algunas noches de frío se les despierta sorpresivamente para castigar
con cualquier excusa el ser nuevos en esto de hacer la guerra, miedo
que se come al hombre recién uniformado. Y es que no hay pócima que
de más impotencia que la pócima del miedo.
Así
a los 23 años aquel recluta flaco comprendió que lo militar cohíbe
a la especie y va contra el proceso natural de reproducción, se
evidenciaba para él que la vida castrense era contranatural. Y es
que a aquellos reclutas el barranco también les absorbió la
hombría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario