Regresaba
Lobato de fiesta solo cuando vio aquel cuidado ficus plantado en el
casco antiguo de Las Palmas. Al verlo recordó lo mucho que habían
solicitado en su barrio de San José por un arbusto, árbol o planta
para el hoyo que hacía de jardín frente a la iglesia.
Se agachó
y comenzó a cavar la tierra de alrededor del ficus con sus manos
ebrias. Desde resoplido a resoplido estuvo Lobato hasta que consiguió
sacarlo intacto alzándolo como trofeo en mano. Luego recostado en su
hombro caminó hasta su barrio donde lo plantó en la ausencia que
tenía aquel agujero.
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