Su panza boca arriba se abrió en
canal y algo de aquellas entrañas de pus salpicó en las gafas del
abuelo, era normal el pulso del abuelo con el bisturí. Varias veces
me planteé marcarle alguna raya de anfeta para estos procesos pero
el viejo no era de esos que dopan la curiosidad por su decadencia,
siempre tan real el abuelo.
Las antenas no pararon de moverse
durante algunas horas , la cucaracha quedó ahí, destripada,
arrimada a una esquina de la mesa sobre su papel, como reliquia de un
experimento que era un misterio en aquel entonces.
El cuarto del abuelo era un
laboratorio, en sus 4 metros cuadrados se cocinaba el mundo. La cama
bajo la ventana pa despertar a las primeras luces, un pequeño ropero
donde quedaron olvidadas, a causa de utilizar siempre la misma ropa
,dos piezas por vestimenta, y frente al ropero la vieja mesa provista
de probetas y mechones.
La experimentada mesa aun aguantaba a
pesar de su desgaste,estaba echa a prueba de bombas se podría decir.
Sobre la mesa tres niveles de estantería, en el último tres libros
recostados sostenían un montón de libros de química puestos de
canto. Los tres libros durmiendo sobre la estantería eran uno de
Nietzsche
, uno de Freud
y otro de Sartre. Una vez le pregunté al abuelo quienes eran y el
me contestó que un loco,un cocainómano y un anfetoso y ya no quise
preguntar más.
El primer nivel eran unos frascos con
inscripciones en árabe que contenían toda clase de polvos y
semillas. En el segundo nivel de la estantería un tarro con un guiño
levitando dentro, un ojo disecado de un exótico mamífero de 4 ojos,
que por lo visto era un cuadrúpedo de las selvas centroamericanas.
El abuelo nunca contó como llegó eso hasta la isla, de pequeño
siempre pensé que era el ojo que le faltaba al abuelo. El ojo andaba
flotando en Ñark, que según él era el jugo de unas semillas que un
amigo le había enviado de una ciudad de África llamada Touba o
toubab, no recuerdo bien, y que era muy buena para la vista.
Bajo la estantería, y entre las
probetas de cristal italiano, dos relojes alarmas que sonaban a
distinto tiempo, uno para el cocinado químico y otro para medir el
tiempo de enfriamiento de las mezclas.
Bajo la mesa una garrafa de 25 litros
de Metanol a 25 euros, del que no se encuentra en canarias y con el
que el abuelo fabricaba biodiesel. La garrafa tenía una larga pluma
blanca adosada a la tapa.
Para rematar un montón de cuñas
afirmaban la bailona mesa que de tanto uso químico comenzaba a
marcar en la superficie el relieve de los aros de corteza del árbol
origen.
El abuelo no me dejaba tocar sus cosas.
Yo las observaba a distancia, y desde mi imaginación, herencia del
abuelo tal vez, jugaba con ellas.
Ya desde hacia unos 5 meses antes del
destripamiento de la cucaracha el abuelo andaba mas absorto que de
costumbre. Sobre todo después de aquel día que mi padre salio tarde
de casa para embarcarse en la plataforma. El viejo se puso como una
furia con el abuelo, “que ud porque tarda tanto en orinar”, “que
por la mañana yo tengo que salir bañado a trabajar” y
recriminarle a la vieja que por culpa de su padre hoy no embarcaba y
a ver que comemos luego. Pero la vieja nunca callaba y contestaba a
todo con el “ya está bien, deja a mi padre en paz”.
Y al rato cuando ya el viejo salia
susurrarme el abuelo que mi padre era un chiquillaje, “que mira
ahora lo que está haciendo sacando petroleo pa los españoles, que
si acaso el tendrá trabajo mientras el resto del barrio se arriesga
a hacer cosas como pescar jacas en luna llena. 4 puestos de trabajo y
se nos llevaron el petroleo, ni en Nigeria. Pero claro eso que coño
le importará a tu padre, bien canario el cabrón” sentencia con
culpa.
Desde aquel día, el abuelo, después
de mandarse el plato de papaya con azúcar que la vieja le sacaba
fresquito de la nevera, y para no molestar, se iba a orinar a la
acequia. Y así volvía a enfrascarse en su laboratorio con las manos
humedecidas de orina y pegajosas de papaya seca, siempre tan limpio
el abuelo.
Al viejo nunca le gustó que el abuelo
estuviera encerrado en su laboratorio de madera, “en
vez de estar con los cacharros esos, debería hacer algo útil este
viejo”, y la replica constante de la vieja “deja en paz a mi
padre” mientras el abuelo presente no decía ni mu, cualquiera
entiende al abuelo también.
A mi el abuelo siempre me cayó bien,
le compraba aquel tabaco, puras virutas de madera, a escondidas de la
vieja. A cambio él me prometía que nunca probaría sus experimentos
conmigo y ya me dejaba el día preocupado. Me gustaba, cuando se
dejaba, verlo concentrado en sus experimentos, frunciendo sus cejas
de tentáculos, con la sombra sobre las probetas de un bello cobrizo
que le afloraba de la nariz. Era tuerto, un solo ojo controlaba los
experimentos, por eso siempre requería mi ayuda, ademas de por tener
unas rodillas a su edad de porcelana china.
Pero el abuelo estaba tan seguro de si
mismo que parecía que solo tenia que estirar el brazo hacia el
infinito, desde el columpio de sus experimentos, para embarcar en el
tren que surcaba los cielos.
El día de la cucaracha él me pidió
ser testigo de un experimento insólito, y el abuelo era serio en sus
afirmaciones así que la excitación me privó la intriga. Me dijo
que me quedara en una esquina y le hice caso por temor a que callara
para siempre conmigo como había echo con el viejo.
Comenzó escogiendo un frasco con
liquido del color de la cerveza, lo sostuvo a trasluz de la ventana,
se viró y me dijo “ lo que acaba en la acequia”. Lo vertió en
una gran escudilla de cobre “cobre del bueno, chileno”. Luego
metió el ojo de selva panameña en la escudilla, lo agitó y lo
volvió a sacar, le pregunté al viejo porque el ojo lo volvía a
sacar, a lo que me contestó que quería comprobar si aun flotaba.
Que de secretos el abuelo.
Lo de la papaya, era mas de lo mismo,
extrañeza tras extrañeza. La partió por la mitad y la majó hasta
que quedó un barro arcilloso lleno de hebras que acabó también en
la escudilla de cobre. “Papaina con urea el despigmentante fundamental" me sonrió el abuelo, y yo ya intuí que alguna fortuna obtuvo al ser humillado a orinar a la acequia.
Prosiguió mojando la angelical pluma
en el bote de Metanol y revolvió con ella el caldo. Dos gotitas de
un ácido sentenciaban lo que yo supuse un brebaje imbebible (1)
. Aquella escudilla era una orgía.
El viejo nunca probaba consigo mismo
sus experimentos pues tenía una jauría de cucarachas, cochinillas,
escarabajos y no se que mas bichos con los que probaba sus
investigaciones.
Sacó una cochinilla de su urna y con
un cuentagotas le dejó caer un par de lágrimas, luego tiró la
cochinilla al suelo, al instante se enroscó y rodó a su velocidad
habitual pero en cuestión de segundos su giro bajó de revoluciones,
cosa que aprovechó el gato para comérsela. El abuelo volvió a
sonreír.
Cogió esta vez la cucaracha, la selló
sobre un papel y le aplicó la sustancia. Pasado unos segundos la
rajó por su abdomen, “a ver cuanto tarda en descomponerse” dijo
y ahí llegaba el abuelo a ese momento en el que solicitaba dejarlo
solo. Te invitaba a salir siempre con la misma frase “esta cueva
es solo para gente experimentada”.
Ya para cuando la cena, el abuelo no
esperó a que termináramos para comer como solía hacer. Se sentó
al lado del viejo y esta vez los que enmudecimos fuimos nosotros.
Incluso se adelantó a la vieja ofreciéndose a traer el caldero a la
mesa, momento en el que vi al abuelo, al primer despiste familiar,
soltar un par de gotas en el plato del viejo. Puta que me puse
nervioso, pero con el abuelo siempre era así, había que confiar en
él sin pedirle explicaciones.
El viejo se quejó que su plato estaba
húmedo y el abuelo sin mirarle le sirvió un cucharón con trozos de
cherne, batata y papas, a lo que la jaya de mi viejo no podía
replicar palabra. El viejo era de los que raspaban el plato con
migas, sobre todo si se ha surtido con mojo.
No dormí en toda la noche, me
imaginaba al viejo enroscado rodando cuan cochinilla mientras un
dragón le escupía un fuego que arrasaba a mayor velocidad que sus
giros. Que terrible!.
Mi vieja se levantó mas jovial que nunca,
despertándonos a todos como si fuera día reyes. Desde temprano se
fue al mercado. Ya eran casi las 8 de la mañana y el viejo todavía
en el baño eso si era raro. Mientras preparaba el macuto para clase
lo vi abrir la puerta feliz y parsimonioso, y antes de cerrarla me grito
como en una letanía que hoy hiciera lo que me diera la gana. Y me lo
tomé en serio porque volví a dejar el macuto en el suelo y fui a la
habitación del abuelo que ya se encontraba en el baño.
Estaba como
siempre, el ojo abrillantado con Ñark, los libros de los
drogadictos, la rígida pluma reposando en la mesa, las alarmas
apagadas, el brillo del cristal a prueba de vibraciones de las
probetas, todo estaba como siempre. Todo menos un detalle, la
cucaracha que había sido destripada ya no estaba.
(1) métanla en la rae ya, que la
utiliza to dios.
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