Ya va para tres días que no llega nada al polígono San Cristóbal y las plazoletas y los zaguanes se llenan de literales cráneos fumando azúcar moreno o cualquier cosa que disimule la angustia. Algunos han hecho guardia la noche entera en la empinada cuesta que llega hasta la casa del waca en San José y el cuadro es algo así como cadáveres en el basurero, una lluvia de hojas de platino y jeringuillas impregnadas de manchas de sangre seca y pegajosa que se clavan en tu corazón, restos de vida palpitando sobre la acera, unos cuerpos que se retuercen , envueltos en una calima que no les dejan ver, oír, ni hablar. Tierra en los ojos, en los oídos y en la boca. Llenas las aceras a ambos lados ladera arriba hasta la casa del patriarca con sus vigilantes apostados en cada esquina, su policía pagada que avisa y hasta su juez de encargo.
Pero no llega y ya vamos por el cuarto día, en una cuenta atrás donde cada segundo es una colilla apagada en la piel. Mas abajo, el polígono se convulsiona. Ni el macana, ni blas poseen elixir. Y el despertador politónico de varios hacosos silbando a blas el del cuarto ya me despierta antes de las siete, y eso que blas se lo tiene dicho, “no antes de las siete o no hay dosis”. Pero son días duros supongo e igual así no llego tarde a la primera clase. Es una suerte que al menos en estos días no tenga que pedir permiso a los hacoso que preparan su papela en las escaleras del zaguán de mi bloque.
La ultima vez le pisé una papela al cortauñas cuando bajaba a comprar el pan y ya no me atreví a subir, lo recuerdo saliendo del zaguán, su ojos encontrándome, acercándose, hablarme con la feliz tartamudez del que no quiere dejar escapar el humo de la papela recién fumada “titittienes que tetener mas cui da do”. Yo mirándolo con la perplejidad del niño que se acostumbra al miedo.
Pero ahora estamos en el quinto día y probablemente el cortauñas este perdido por ahí con cara de susto sin humo en los pulmones que dejar escapar.
El sexto día el macana aparece por la plazoleta visvique y la visión se hizo rayo que lo rodeo. Reculando iba soltando papelas mientras era acosado en un círculo claustrofóbico del olor que deben tener las cenizas de un crematorio. El macana recula y va escapando mientras vende, no puede parar de caminar mientras docenas van consiguiendo su dosis. Molina no puede perder esta oportunidad, hija en mano, cinco años en lo alto como trofeo al primer premio, aparta a los que se agolpan y pelean por una dosis. El macana lo ve y aparta a empujones al gentío, Molina alcanza su dosis y desaparece entre la multitud que ya no sabe donde esta, solo el gran ardor diabólico del porque se esta.
Esto es las palmas de los años 80 que me toco vivir, el oscuro paraíso infernal de un polígono en una isla africana. Una terrorífica cueva de hacosos que por suerte los de hoy ni imaginan. Pero a mi aún hoy no se me va de la mente una niña en lo alto sostenida en un mar de hacosos.
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